Por Julio Fco. Lara Arribas
Escribir y debatir sobre Federico García Lorca se ha convertido entre escritores, periodistas y creadores en un lugar común; un espacio en el que cualquier amante de la poesía y el teatro, o simplemente un mitómano, pueden navegar con la tranquilidad de saber que no va a equivocar el rumbo.
Federico está manoseado, casi desposeído de sí mismo de tanto como lo hemos usado. Con el paso de los años, es difícil encontrar un espacio en blanco en la biografía del andaluz más universal.
Su corta vida estuvo llena de experiencias insólitas. Fue afortunado. Conoció todo tipo de personas a las que amó y perdió: poetas, pintores y musas que pasaron por su vida y marcharon, porque la vida no es nada más que una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir. Viajó. Construyó obras de teatro en su cabeza y las plasmó en libretos que fueron, y son aún, representadas con éxito en grandes y pequeños teatros. Todo el mundo ha oído hablar del poeta andaluz. El poeta universal que nunca se quitó el sambenito de gitano. Cada día, ante el mundo estalla una imagen grabada en la memoria colectiva de todo un pueblo. La imagen de un muchacho joven de estatura regular, exento de esbeltez, de cabeza grande, potente, y rostro amplio y constelado de estrellas donde reposan dos ojos sombríos pero risueños, paradoja de alegrías y tristezas. Sin ninguna severidad en la mirada, ni ceño austero. Tan solo el alborozo de un chiquillo vetado de travesura. Nadie afirmará que era guapo, pero se dice que poseyó una vivacidad que todo lo suplía, y un no sé qué que aun hoy reconforta, seduce y conquista.
A Federico se le ha paseado por todos los campos de la vida y no tanto por los que a él le gustaban de la Andalucía seca. En política, por poner un ejemplo, sin sonrojo alguno se le ha querido enclaustrar en todas las vertientes que rompen España en dos y hasta en tres pedazos, pero cualquier conocedor de su persona sabe que él no hubiera aceptado ser incluido en un grupo o ideología concreta. Abochornados, los amantes del poeta hemos escuchado barbaridades sobre su persona, su credo y su tendencia.
Federico es refugio en el que cualquier grupo de teatro, guionista, productor, sala o dramaturgo va a cobijarse, porque sus obras son y serán siempre universales e intemporales. Sus tragedias traspasan el tiempo y el género y Bernarda puede terminar cantando zarzuela o bailando ballet clásico. No hay actriz que no ambicione ser Doña Rosita al menos una vez en su vida, o sentir que su vientre está yermo. Incluso participar, aunque sea en una de estas obras menores que ahora se reivindican sin parar, como la comedia sin título. El caso es representar a Lorca y decir que nunca te has metido en un papel tan profundo e intenso como la novia de Bodas de Sangre.
Federico en comic, Federico en carteleras, Federico en los escaparates de las librerías. Federico allá por donde mires. Y no es para menos, porque Lorca es mucho Lorca. Y no tanto su obra, que ya por sí misma valdría para encumbrarle al olimpo de los dioses, sino por su figura, su semblante, su mito y su muerte, todo ello bien cogidito de la mano. García Lorca es una performance en sí mismo y ahí es donde, según mi parecer, radica su éxito.
Federico fue homosexual cuando no se podía y practicarlo estaba mal visto. Hizo amigos en todos los bandos y fue bisagra entre unos y otros, marcando un hito de modernidad aún no alcanzada, pues no hay que olvidar que en la actualidad la marca España tiene dos banderas, o tres, e incluso a veces cuatro. Fue feminista con su zapatera prodigiosa antes de que surgiera el ministerio de igualdad. Fue mártir con su asesinato como lo fueron los santos que murieron por negarse a negar a Dios. Fue clásico con su romancero y moderno con poeta en Nueva York. Lorca fue, y es, trasgresor en todo lo que hizo. Defendió los toros y se fue de pueblo en pueblo a representar dramas y comedias para el populacho.
Símbolo de unos y otros
Quizá para entender a Lorca haya que leerlo mucho, pero no tanto en su teatro o en su poesía, que también, sino en sus entrevistas, biografías, e incluso fotografías, donde una pose, un atuendo o un gesto dan pistas sobre su figura.
Acercarse a Federico es peligroso. Aquellos que lo intentan de verdad dicen quedarse atrapados entre sus redes, obsesionados con su vida y obra, embrujados por la mirada gitana del granadino al que nunca le gustó la identificación con la raza calé. Adentrase en Lorca es penetrar en un laberinto infinito y repleto de giros inesperados. Es ir descubriendo los matices de una personalidad compleja y llena de aristas afiladas. Observar al poeta y comprender por qué es capaz de mantenerse vivo después de tantos años, es una tarea ardua en la que decenas de ensayistas se han dejado la vida.
Federico está hoy tan presente como en el momento de su asesinato y eso no es tema baladí, porque acercarse a Federico es tropezar, en definitiva, con todo lo que habita en cada uno de nosotros. Una maraña de contradicciones que conforman la personalidad humana. El infinito de gestos que hacen que nos parezcamos unos a otros mucho más de lo que pensamos. Filosofía y pensamiento que se reflejan en una enciclopedia humana donde todos, de una manera u otra, podemos vernos manifestados. Por eso Federico García Lorca es tan de todos y a la vez tan de nadie.
Por eso del poeta se hablará toda la eternidad.
Gran genio de la literatura, yo lo conocí por mi abuelo que también es un hombre de letras y siempre me animo a leer. Hoy en día no todos conocen o quieren conocer a García Lorca, pero para mí siempre será un maestro, cuyas obras me han acompañado en momentos importantes de mi vida.