Si has tenido la suerte de visitar Reino Unido, seguramente te has topado con una charity shop, uno de esos lugares que, más que tiendas, parecen inmensos trasteros que aglutinan toda clase de objetos. Un vinilo de Johnny Cash, un bolso en perfecto estado de Loewe, un corsé digno de Broadway, una obra de grandes dimensiones y hasta una edición antiquísima de algún libro de Jane Austen, cualquier tesoro puede encontrarse en una charity shop.
No hay turista extranjero que no haya curioseado en uno de estos establecimientos en Londres. Las charity shop forman parte de la cultura británica y son un sector relevante del motor económico del país. Se encuentran repartidas por toda la nación, decenas en las grandes ciudades y unas pocas en los pueblos. Son un signo distintivo y tradicional de Reino Unido, cuyos habitantes valoran tener cerca.
El mecanismo de las charity shops es sencillo: quien quiera puede donar un producto que, siempre que esté en buen estado, se vende a un precio muy bajo y lo que se recaude de la venta es entregado en su totalidad a una asociación o campaña benéfica. Por supuesto, también se aceptan donaciones económicas para quienes deseen ayudar a causas de sociales y no deseen ningún artículo.
Para ahorrar gastos, las tiendas de caridad británicas están atendidas por personal voluntario. En ocasiones, el responsable del local sí recibe algún tipo de remuneración. No obstante, es muy común que jubilados, estudiantes, extranjeros que quieren aprender inglés o trabajadores de media jornada colaboren en el trabajo diario de las charity shops. Además, estos establecimientos tienen una rebaja fiscal notoria y ayudas públicas que facilitan nuevas aperturas y la continuidad de su actividad.
El origen de las charity shops
El primer vestigio de las tiendas de caridad surge a raíz de la Revolución Industrial. La abundancia de stocks forjó una sociedad más consumista, parte de la cual veía la necesidad de abogar por la filantropía para aprovechar los excesos de producción. No obstante, es a raíz de las dos Guerras Mundiales cuando surge un movimiento creciente de altruismo, a expensas de la Iglesia.
En este período, se produjeron diversas campañas para recaudar fondos con fines sociales, como mercadillos londinenses cuyos beneficios se destinaban a Cruz Roja. Tras Londres, en el resto de Reino Unido se abrieron más tiendas de caridad, bajo el respaldo de Cruz Roja, hasta superar el centenar de ellas. En todos esos locales, los objetos puestos a la venta procedían de donaciones. La mayoría de esos establecimientos estaban exentos de alquiler y, en algunos casos, los propios propietarios de esos locales asumían el coste de gastos tales como la luz, calefacción o agua.
Por otro lado, asimismo, el Ejército de Salvación también colaboró con este tipo de acciones. La organización, fundada en el protestantismo, aunaba ropa usada y la vendía a bajo coste para recaudar fondos y destinarlos a la población más desfavorecida de la nación. Con el tiempo, crearon una red de tiendas en las que, además de ropa, se vendían muebles o electrodomésticos que habían sido cedidos a la fundación. A día de hoy, estos almacenes siguen vigentes. La organización se ha focalizado en ayudar especialmente a alcohólicos o drogodependientes, y a los centros que trabajan en la rehabilitación de estas personas.
En la sociedad británica se forjó la mentalidad de que la caridad era una necesidad del país y de que debían potenciarla desde el ámbito doméstico hasta el empresarial. Con estos antecedentes, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, las charity shops se consolidaron por todas las ciudades de Reino Unido.
Una de las organizaciones que más tuvo que ver en la implementación de las charity shops en la cultura británica fue la fundación Oxford Committee for Famine Relief, hoy en día llamada OXFAM. En este caso, fue la Gran Hambruna de Grecia, en la que murieron unas 300.000 personas allá por los años 40, lo que propició que miembros eclesiásticos y altos cargos empresariales crearan el Oxford Committee for Famine Relief.
La fundación comenzó su actividad con recogidas de fondos para la Grecia de posguerra y, en Oxford, cimentaron la primera charity shop. Tras la creación de este establecimiento, más organizaciones surgieron y más charity shops iniciaron su andadura. Desde entonces, numerosas formaciones promueven la apertura de charity shops por todo Reino Unido. Los beneficios van destinados a diferentes causas sociales, nacionales e internacionales. A día de hoy, este modelo de caridad sigue siendo un éxito para la recaudación de ingresos en organizaciones internacionales sin ánimo de lucro.
De Reino Unido al mundo
Tras el surgimiento de las charity shops en Reino Unido, países como Australia o Estados Unidos han acogido en sus fronteras la venta benéfica. En otras naciones, como España, el concepto de tiendas de caridad no está extendido. Existen locales y mercados de segunda mano, campañas temporales de venta y donaciones de productos para ayudar a ONGs, pero el negocio de la segunda mano no está tan aceptado socialmente.
En Reino Unido, desde la población de a pie hasta los ciudadanos de más alto nivel económico se dejan caer por estos establecimientos para realizar sus compras. La filosofía de ayudar al prójimo a través del consumo forma parte de la mentalidad del país. Desde su inicio, han tenido gran acogida como lugar donde realizar donaciones, pero también se han transformado en zonas de ocio, en las que curiosear en busca de algún objeto único que no está disponible en un gran centro comercial. Además, con esta clase de establecimientos se refuerza la idea del comercio sostenible, beneficiar a personas desfavorecidas con la reutilización y un consumismo más responsable.
En un mundo injusto en el que las catástrofes naturales, las desigualdades sociales, los conflictos y las crisis económicas forjan las miserias de los más necesitados, las charity shops se convierten en una forma sencilla de colaborar con una campaña benéfica. Su éxito, como la mayoría de las campañas de caridad, también radica en que los pequeños gestos altruistas calman las conciencias de quienes habitamos en el primer mundo.